Texto íntegro de D.Pedro González-Sosa, cronista de Santa María de Guía.
Al principio, el puente que unía        las dos zonas del Real era de madera con estribos de albañilería, y        servía, principalmente, para unir a Vegueta con el Monasterio de San        Francis

co y el reducido caserío que lo circundaba, pasadizo que en 1579        fue arrasado por el enorme caudal de agua que llevó aquel año el barranco.              
Precisamente aquel mismo año llegó        a Las Palmas como gobernador Martín de Benavides, que se propuso levantar        otro para sustituir el arrasado, hecho de argamasa y de un solo ojo.        Estaba entre los Remedios y la entonces llamada Plazoleta de la Cruz        Verde.
              Para la obra se utilizó material        antiguo que provenía de la medio derruida muralla que defendía la ciudad        por el Sur. Una vez terminado fue coronado de algunas cresterías y con dos        imágenes: una representando a Santa Ana y la otra a Sen Pedro Mártir.        Entre ambas efigies se colocó la siguiente octava, lápida que le costó un        proceso de la Inquisición que, por fortuna, quedó en nada:
                                                                      Alegrete Canaria, pues te hallas
de tales Patronos defendida
de torres, puentes, fuertes y        murallas
y bélico ejercicio enriquecida.
Con estas y otras ínclitas        medallas
te ves y te verás ennoblecida
por un Gobernador que en paz y en        lides
se nombra don Martín de Benavides.
              En 1615 otro gran temporal de agua        se llevó el mencionado puente. De nuevo, en 1673, el gobernador de la isla        don Juan Coello de Portugal, hizo construir otro más sólido de cantería        azul que también se lo llevó al mar las lluvias torrenciales de 1713.        Repuesto éste fue destruido otra vez en 1766 por un famoso temporal de        Reyes con la consabida inundación de parte de la Ciudad, llegando las        aguas al palacio del Obispo, al del presidente de la Audiencia, el Toril,        la calle Herrería y los Remedios.
              El Cabildo de la Isla ordenó        entonces alzar un nuevo puente. Las obras fueron lentísimas, hasta el        punto que para terminarlo se hizo preciso emplear maderas. Se le llamó del        Ternero.
              A principios del siglo XIX se hizo        levantar otro, pero de mayor categoría y se llevó a efecto mediante la        intervención del gran e inquieto elemento que fue don Agustín José de        Bethencourt en la forma siguiente, según las notas dadas por Penichet.
              Compró don Agustín José unos        voladores, y con varios instrumentos de ruido, se fue el barranco con un        grupo de maestros pedreros, marcando los obreros los puntos de los        cimientos y simulando el comienzo de las obras para la construcción de uno        nuevo. Acto seguido Bethencourt llegó a las puertas del palacio episcopal        y oyendo el obispo Verdugo el ruido de los voladores preguntó lo que        sucedía. En ese momento entró don Agustín José al patio y le dijo que "ahí        fuera está el pueblo que dice que su Ilma. había dado órdenes para        empezar un nuevo puente". Negando el prelado que hubiese dado tales        órdenes le contestó Bethencourt : "pues voy a comunicar al        pueblo su resolución, en el bien entendido que sería de muy mal        efecto, ya que todo el pueblo cree que es cosa hecha". Y ante este        razonamiento el obispo consintió hacer el puente y hasta se presentó en el        balcón de palacio dando la bendición a los vecinos.
              Tardó en construirse unos 18 meses        y sobre el arco de enmedio se colocaron dos lápidas de mármol: una mirando        a Oriente en la que se hallaba esculpidas las armas episcopales del        generoso y engañado obispo, y la otra a Occidente, que contenía la        siguiente inscripción: "Reinando el señor don Fernando VII se fabricó este        puente a expensas del Ilmo. Don Manuel Verdugo, obispo de estas islas. Año        de 1815".
              Las estatuas de mármol que        representan las cuatro estaciones, llegaron, contó también Pehichet, de        Génova doce años después, y costaron seis mil reales de vellón.
              Como se sabe, ya bien entrado el        siglo XX se sustituyó el puente que hizo Verdugo por otro de cantería        mandado construir por el Cabildo de Gran canaria con proyecto o bajo la        dirección, según entendemos, de don Simón Benítez, que se llamó, hasta su        lamentable desaparición para dar paso al actual acceso al centro de la        isla, "puente de piedra".
PEDRO GONZÁLEZ-SOSA
                                  Foto 1: Puente de Piedra y el barranco de Guiniguada
Foto 2: Sobre el Puente de Piedra